Bienvenidx a mi blog!
Aqui te encontrarás con notas de personas estudiosas y transmisoras de sus investigaciones acerca de lo corporal, que también guían mi hacer en Masaje Terapéutico Consciente.
Blog
El Masaje Terapéutico Consciente te propone un espacio de aprendizaje, una posibilidad de disposición al asombro, a lo nuevo que pueda generarse en ti, en un contexto relacional seguro y confiable.
FRENTE A LO DESCONOCIDO
Philipp A. Unseld
El sistema nervioso humano no es un sistema cerrado. Está hecho para adaptarse a un mundo cuya única constante es el cambio. Aunque los sistemas cerrados cuentan con la ventaja de más estabilidad son incapaces de reorganizarse si las condiciones externas cambian. No sobreviven.
En cambio, nuestro sistema nervioso cuenta con un enorme potencial de adaptación. Somos capaces de hacer frente a todo tipo de cambios mediante la herramienta más avanzada de la evolución: el aprendizaje y, en el nivel evolutivo más alto, la toma de conciencia.
Entendemos el aprendizaje en un sentido amplio, como incorporación de algo nuevo en nuestra vida. Puede ser de forma conciente o no. Naturalmente hay diferentes niveles de conciencia en todos los procesos.
Incluimos como forma de aprendizaje también el famoso condicionamiento que llevó a cabo el fisiólogo ruso Pavlov con el perro que segregaba saliva solo al escuchar la campana en anuncia de comida. Pero es un tipo de aprendizaje primitivo, con poco potencial de adaptación a variables.
El sistema nervioso humano está ‘diseñado’ para aprender, y lo hace con suma versatilidad. El aprendizaje más importante es el ‘orgánico’ (psicomotor) porque nos provee de la base somática del desarrollo de todas las competencias futuras.
El Dr. Ph. Moshé Feldenkrais asocia incluso la calidad de vida de una persona al desarrollo de sus competencias para aprender porque es justamente el aprendizaje lo que le permite a la persona la adaptación cada vez más precisa y armoniosa a todo tipo de cambio en su situación de vida.
Una de las máximas interferencias en la adaptación adecuada a circunstancias dadas son las creencias. Todas las creencias son generalizaciones y por eso necesariamente una reducción. Ninguna generalización se ajusta a la realidad porque no puede sustituir el elemento de la percepción conciente y subconsciente directa de todo lo involucrado en la situación. Esta percepción da pie a la actividad de inteligencias múltiples de otros cerebros aparte del craneal como por ejemplo los complejos nerviosos del corazón, del plexo solar y del sistema digestivo (Nervio Vago). Ninguna creencia puede reemplazar la colaboración en tiempo real de estos centros de inteligencia para encontrar la respuesta precisa, justa y adecuada al momento presente, una y otra vez en el presente.
Feldenkrais sostenía: ‘detrás de cada generalización se esconde una neurosis’. Él definía como tal el hecho que una persona hace lo contrario de lo que quiere ¿Cómo ocurre esto?
La creencia preestablecida condiciona la percepción de la persona e impide el ajuste adecuado a las necesidades del momento con el resultado que la respuesta o la acción elegida no concuerdan con la verdadera intención del individuo en cuestión. En consecuencia puede producir un desenlace que evoca todo lo contrario de lo intencionado inicialmente.
Qué necesitamos para disponer nuestro sistema de forma óptima para estar preparado para el tarea de aprender y llevarla a cabo con fluidez y facilidad? Es primordial para nuestro organismo sentirse seguro. Cuando nuestra seguridad está en juego lo primero que vamos a hacer es lo que sea necesario para volver a sentirnos seguros lo antes posible. Y el primer paso es encontrar orientación. El método Feldenkrais ofrece un sistema de referencia a nivel de organización física para poder orientarse y refinar el ‘modos operandi’ frente a lo nuevo o desconocido. Es un camino que entrena a la persona a darse cuenta dónde se encuentra en cada momento, interna y externamente. Esto le provee de medios que le permiten primero encontrar una cierta comodidad frente a lo desconocido; es decir desarrollar un lugar desde donde es posible abrirse a una nueva experiencia. Si ésta tiene un sentido significativo para la persona, será altamente probable que integre lo nuevo espontáneamente en su vida cotidiana.
Cabe mencionar aquí que hay corrientes homeopáticas que aducen que nuestra capacidad de abrirnos a nuevas experiencias e integrar nuevos principios en nuestra vida es la base de nuestra salud como humanos.
En resumen, la capacidad de exploración, la curiosidad, la disposición a abrirse a nuevas experiencias y el aprendizaje constante son imperativos biológicos irrefutables y características esenciales de un ser humano sano e integro, más allá de su origen, sexo, edad o contexto sociocultural. Y como tal estos atributos se merecen un lugar de excelencia en nuestra vida.
(por Phil Unseld © 2013)
Del libro de David Le Breton, sociólogo y antropólogo francés, El cuerpo herido. Identidades estalladas contemporáneas, que publica Editorial Topía.
En este fragmento plantea por qué no puede escindirse el dolor “físico” del “psíquico”.
El dolor, una cuestión de sentido.
Es fácil ver que lo que agudiza en nosotros el dolor y la voluptuosidad es el aguijón de nuestro espíritu.
El dolor que se sufre nunca es la extensión de una alteración orgánica. El sentir del dolor, es decir el sufrimiento, no es en absoluto la repetición del acontecimiento corporal, es la consecuencia de una relación afectiva y significante con una situación. Según los contextos, los límites de tolerancia de unos no son los de otros. La relación con el dolor es siempre una cuestión de significación y de valor, una relación íntima con el sentido y no de umbral biológico. No es la de un organismo, marca a un individuo y desborda hacia su relación con el mundo, es sufrimiento. Se entrama en la afectividad, que da la medida de su intensidad y su tonalidad. Si bien dolor es un término utilizado a menudo en nuestras sociedades para designar un padecimiento orgánico, y sufrimiento una pena psíquica, hay que ir más allá de la polaridad cuerpo-espíritu que marca a esas representaciones. Oponer el dolor, que sería “físico”, al sufrimiento, que sería “psíquico”, responde a una proposición dualista contraria a la experiencia. Cualquier dolor corporal es simultáneamente sufrimiento. El individuo atacado de lumbalgia o de migraña sufre en su existencia entera, y no solamente en su espalda o su cabeza. El cuerpo nunca está aislado, no es el cuerpo que duele sino la persona. La condición humana es una condición corporal.
El dolor, como una agresión más o menos aguda que soportar, está envuelto dentro de un sufrimiento que traduce la experiencia de vivirlo. Impregna la relación con el mundo sin perdonar nada, el individuo no es más que una extensión de la zona afectada, de su organismo enfermo o de su función lesionada. Es primero que todo la invasión de una significación particular en el centro de uno mismo, por lo tanto, es modulado por las circunstancias, por la capacidad de enfrentarlo a través de la movilización de los recursos íntimos. De allí la diversidad de actitudes de enfermos aquejados por las mismas patologías y los mismos síntomas.
Cuando golpea al individuo, el dolor descalifica los dualismos heredados de la tradición metafísica de nuestras sociedades: cuerpo y alma, físico y psicológico, orgánico y psíquico, objetivo y subjetivo, visible e invisible... Contradice además el acostumbrado dualismo de nuestras sociedades que aísla al cuerpo de la persona. El sufrimiento que está en la carne no se opone al que está en la existencia, está en juego la misma alteración, con un centro de gravedad que no se desplaza entre dos polos sino entre dos líneas de intensidad que no dejan de enredarse. El dolor está entre el cuerpo y uno mismo, entre la carne y la psiquis, sin estar ni en una ni en otra, dado que es, antes que nada, cuestión del sujeto.
En cierto modo no existe dolor, ya que no existe sensación que no esté atrapada dentro de la reflexividad del individuo, objeto de lo que éste siente y por lo tanto de su desciframiento corporal. Las sensaciones puras no existen, son percibidas y por lo tanto ya están filtradas, interpretadas a través de una afectividad particular en una situación precisa. El dolor previo al sentido no existe, porque entonces habría que concebirlo sin contenido, sin sujeto, puro fenómeno nervioso sin individuo para sentirlo. “Todo es fabricado, todo es natural en el hombre, como se quiera decirlo, en el sentido de que no hay palabra ni conducta que no le deba algo al ser simplemente biológico y que no eluda al mismo tiempo la simplicidad de la vida animal” (Merleau-Ponty, 1945, 220-221). La sensación sólo existe traducida en una conciencia específica, siempre se da como percepción, interpretación. El dolor está atrapado simultáneamente dentro del enigma de una historia de vida, en la interpretación biológica del médico y en la explicación biográfica que a veces da de él el individuo. Aún más lejos, está atrapado en una trama social y cultural, o más bien en lo que hace el individuo con las influencias que pesan sobre él.
Como las demás percepciones sensoriales (Le Breton, 2007), el dolor es la traducción íntima de una alteración de sí. Se lo padece y evalúa en simultáneo, es integrado en términos de significación y de intensidad. No es ni verdadero ni falso, traduce el mundo en el lenguaje propio del individuo que lo siente. No es nunca el territorio sino el mapa que según las circunstancias dibuja de él el individuo. También es una emoción, una resonancia afectiva, porque afecta a la calidad de la relación con el mundo. No es la copia mental de una fractura orgánica, entremezcla cuerpo y sentido, somatización (soma: cuerpo) y semantización (sema: sentido). En otras palabras, no se reduce a una serie de mecanismos fisiológicos, concierne a una persona singular inserta en una trama social, cultural, afectiva y marcada por su historia personal. No palidece el cuerpo, sino el individuo entero.
Los circuitos neurológicos llevan el dolor al cerebro, pero sentirlo implica la mediación del sentido según una tabla de interpretación inherente al individuo. (…)